Autor:Juan Farias.
Ilustración:Alicia cañas cortázar.
Resumen:A Juan el Viejo le encanta pasear a la orilla
del mar con una de sus nietas, Maroliña,
que sabe escucharle. Él conserva muy vivos
los recuerdos de su infancia, de su juventud,
de toda una vida allá en su pueblo... y siente que todo está muy cerca, como si se hubiera encogido el tiempo: sabe que ha vivido mucho, y sin llegar a aburrirse nunca.
Su voz, entremezclada de silencio –de esa hermosa playa.
reproduce a retazos recuerdos y escenas de
la vida cotidiana, anidadas en su pensamiento y también en su corazón:
–Su hermana Nené, de doce años, que
atiende a los animales de granja mientras
pasea sus sueños...
–Su abuelo, que de joven fue tamborilero, que tocaba en la feria, con los ojos
puestos en aquella muchacha, que más
tarde sería la abuela. El abuelo era fuerte, capaz de echarse un becerro a la espalda, la abuela, un tanto despistada: tenían ganado. Él había acompañado al
abuelo al monte, y allí pasó la noche, vigilado por los mastines.
–Su padre, que era artesano, capaz de regalarle la mar por su cumpleaños... su
madre, siempre atareada. El mutuo amor
entre ambos, sincero, fruto de la vida
compartida, en un destino común marcado por el quehacer diario, por la conformidad –que no resignación– de la propia.ventura. Se conocieron, cuando ella le
vendió un queso.
–Las clases de Don Paco, que enseñaba a
observar, a saber cómo era el lugar donde
se vive, a oler el viento, a dar significado a
las cosas que quizá ya se saben porque se
ven, aquellas clases junto a la playa...
–Y el amor de Marola, la chica pelirroja, de
genio vivo y de ojos azules, cuya mirada
era el contraste de su atuendo oscuro y triste, compañera de juegos, y más tarde compañera de la vida, madre de sus hijos, abuela de sus nietos...
–Su amigo Nano, el hijo del notario, y los
juegos: a piratas, a liberar a la princesa cautiva, a hacer castillos en la arena, a escribir
un nombre que borran las olas, a coger grillos..., y los paseos en solitario bajo un cielo
de estrellas.
–Y las gentes del pueblo, cada cual a su oficio: Pedro, el pescador, un hombre enamorado del mar, Renato, el de la pata de palo,
que tenía un huerto, y Claudine, una chica
francesa que vivía con su tía, Colette, en
París, y venía a pasar el mes de agosto. El
cartero, que era el padre de Marola...
–También los malos ratos, como en aquella
fiesta de San Juan, el santo de su padre y de
su abuelo, cuando decidieron guisar al pato
sin pareja que habían criado. Entonces
Juan lloró amargamente.
La misma playa de arena y rocas acoge a
Juan el Viejo y a su nieta Maroliña en
sus largos y entretenidos paseos junto a
ese pueblo, donde los vecinos siguen teniendo un rostro, donde los muros saben
de historia, no de grandes hazañas, sino